Recuerdos de una vida olvidable…
El Anhelo
Fecha: 16/05/2022 Por: Manuel Rivera S
Esta mañana me dicen que pida un deseo, por lo que al recordar las noticias que temprano conocà provenientes del poderpolÃtico no dudo en expresarlo:Aspiro a convertir mi realidad en la de los otros. Debo admitirlo: quiero ser candidato de partido en el poder o gobernante,pese a que hoy me siento más incompetente que cuando alguien me dice que no comprende lo que escribo, aunque no tanto comocuando yo tampoco lo entiendo.Con ese ánimo me pregunto si soy incapaz de procesar correctamente las expresiones de algunos polÃticos, las que muchasveces percibo transitan paralelamente a la realidad de muchos ciudadanos.Hago entonces un recuento aleatorio de acontecimientos recientes y veo perderse en el horizonte las lÃneas paralelas queconducen lo cotidiano y el discurso polÃtico, cada una eternamente por su lado. Unos quieren seguridad y otros votos seguros; unosquieren comer y otros sólo dar atole digital en el más amplio sentido.Llego asà a la conclusión de que tengo algún problema sensorial que afecta mi percepción o que, efectivamente, la mentiradel discurso desde el poder contrasta con el ambiente que viven quienes están fuera del presupuesto.Y, una vez más, pienso -bueno, al menos hago como que lo hago, igual que gobernante cuestionado- que la forma deconducir la administración pública basada en la mentira a la que da lugar la simplista visión de esta sólo como generadora deesperanza, tiene una vida tan corta e inútil como la expectativa de comer cuando se sabe vacÃo el refrigerador.A propósito de lo anterior recuerdo el relato de un reconocido instructor internacional de servicios de emergencia, quiendurante un curso narró su primera intervención en un accidente, con el objetivo de abordar el valor de hablar con la verdadguardando tan rigurosa rectitud que se evitara tanto el optimismo injustificado como el pesimismo demoledor.Contó que al descender de la ambulancia de la Cruz Roja de su paÃs, Colombia, con mayúsculos deseos de ayudar, peroinsignificante experiencia de vida, se encontró con el estrellamiento de un automóvil contra un árbol, decidiendo de inmediatoingresar al vehÃculo a través del espacio que alguna vez ocupó el parabrisas.En el interior de la unidad encontró a un hombre en estado de embriaguez, severamente lesionado, pero aún consciente.—Aquà estoy, mi amigo, para ayudarlo—dijo al sujeto, disponiéndose a proporcionarle los primeros auxilios.Luego cometerÃa el error que años más tarde citarÃa en sus reconocidos cursos de atención sicológica a vÃctimas:—No se preocupe, que no le pasó nada.—¡QuÃtenme de encima este muchachito estúpido, que no se ha dado cuenta de que me falta una pierna!—respondió con irael lesionado.Quien iba al mando debió ordenar al novel socorrista que saliera del vehÃculo, pues el paciente, pese al exceso de alcohol quepresentaba y la amputación que sufrÃa, por ningún motivo permitÃa que lo atendiera el joven al que señalaba como inepto.La mentira, aun con buena causa, acaba con la credibilidad que permite trabajar con y por los demás.Cuando el gobernante se comunica con los gobernados suponiendo que lo dicho por él adquiere el carácter de verdad sólopor salir de su boca, lejos de asegurar la imposición de su mundo ideal garantiza que sus receptores le pierdan confianza, pues ellos,aun deseando fuera cierta esa visión, sufren la bofetada de lo verdadero en su cotidianidad.Asegurar que el cambio llegó, no evita sustituir a quien lo afirma; actuar igual y decirse diferente, es estrellar las palabrascontra la realidad; afirmar que se acabó la impunidad, es provocar la risa que oculta al llanto; negar la existencia de una crisis por elabasto de agua es insuficiente para bañarse.Rectifico mi anhelo: me gustarÃa que un dÃa el discurso polÃtico transitara por la misma vÃa en la que circulan las necesidadesinsatisfechas de la mayorÃa de la gente.
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